Evhen Ryabukon dio una palmada suave al ataúd y pareció tener una última conversación con su hijo. Se derrumbó, una y otra vez, antes de que pudiera terminar su despedida.
Su esposa Inna, armándose de valor, ajustó el retrato enmarcado de un niño sonriente colocado sobre el ataúd. Era el último acto de cuidado de una madre.
El chico era Elisei Ryabukon. Habría cumplido 14 años en mayo.
Poco más de un mes después de que los soldados rusos lo mataran a tiros, su familia, amigos, vecinos y compañeros de clase se reunieron en una iglesia en la ciudad de Brovary, en el este de Kiev, para despedirse de este niño tan querido del pueblo de Peremoha. Una comunidad que había sido dispersada por la guerra, se unió en el dolor.
Elisei fue recordado como un niño honesto, humilde y servicial, al que no le gustaba pelear y que se negaba a practicar deportes agresivos.
Inna, Elisei y su hijo menor estaban atrapados en Peremoha cuando comenzaron los combates.
«El 11 de marzo, los rusos nos dieron permiso para irnos. Incluso nos dijeron adiós y nos desearon suerte. Luego, cuando estábamos cruzando un campo, comenzaron a dispararnos desde todas las direcciones», dijo Inna.
Había cinco autos en el convoy de vehículos que participaban en la evacuación. Elisei estaba en el segundo auto, en el que nadie sobrevivió.
«Me arrastré por el campo y salvé a mi hijo de tres años arrastrándolo por la capucha de su chaqueta. El hecho de que alguno de nosotros saliera con vida fue pura suerte», dijo.
Elisei es uno de los más de 200 niños que se sabe han muerto en Ucrania hasta ahora, de acuerdo con el gobierno de ese país. Cientos de niños más han resultado heridos.
Un niño de seis años con el cuerpo lleno de metralla
El hospital de Ohmatdyt ha recibido a decenas de niños heridos en los combates.
Daniil Avdeenko, de seis años de edad, fue traído aquí desde la ciudad norteña de Chernihiv, que había sido rodeada y bombardeada por las fuerzas rusas hasta que se retiraron del área a principios de abril.
Daniil y sus padres resultaron heridos en un bombardeo de mortero justo frente a su casa en un barrio residencial.
Cuando ocurrió la explosión, todos ellos cayeron al suelo. Su padre, Oleksandr, vio que la pierna de su esposa sangraba profusamente. Usó la correa de su bolso como torniquete, un acto que ha salvado su pierna de ser amputada.
Oleksandr había llamado a voces a Daniil, quien le había dicho que estaba bien. Pero cuando el niño comenzó a ponerse de pie, Oleksandr se dio cuenta de lo gravemente herido que estaba.
«Vi que tenía metralla en todo el cuerpo y sangraba mucho», señaló.
Los tres fueron trasladados a diferentes hospitales.
«Durante los primeros cuatro días no sabíamos quién estaba vivo y quién no. No registraron el nombre de mi hijo cuando ingresó en el hospital», dijo.
Finalmente, la familia se reunió y fue llevada a Kiev para recibir tratamiento.
Daniil tenía trozos de metralla en la cabeza que fueron extraídos, pero los trozos alojados en la espalda todavía están allí. Los médicos dicen que sería demasiado doloroso extraerlos ahora mismo. El niño tiene múltiples heridas y fracturas en la pierna. No está claro cuándo podrá caminar.
La mayor parte del tiempo está alegre, pero deja escapar pequeños gritos de dolor cuando una enfermera viene a inyectarle un medicamento.
«Él le cuenta a las enfermeras del hospital los detalles de cómo estábamos todos cubiertos de sangre. Lo recuerda todo. Pero se culpa a sí mismo. Justo antes de que sucediera, le dije que bajara al sótano con su madre. Pero insistió en salir a verme. Le he explicado que no es su culpa», comenta Oleksandr.
Asegura que tras el inicio de la guerra, Daniil empezó a hacer muchas preguntas.
«Cuando había disparos, preguntaba ‘¿Papá, quién dispara ahora?’. Yo decía ‘los nuestros’. ‘¿Y ahora?’, preguntaba. Le decía ‘son nuestros hombres los que están siendo atacados’. Por la noche, veía tanques en sus sueños. Cuando las bombas caían del cielo, se despertaba asustado. Pero a pesar de todo, todavía se divertía. Sin embargo, después del ataque, ha cambiado drásticamente», dice Oleksandr.
Incluso aquellos que lograron huir físicamente ilesos, tienen cicatrices de trauma psicológico.
Ilya Bobkov, de 13 años de edad, escapó junto con su familia de Bucha, en las afueras de Kiev, que estuvo bajo control ruso durante semanas.
Consiguieron salir por un corredor humanitario que se abrió en marzo para la evacuación de civiles. Su familia ahora vive en una habitación en un edificio gubernamental en ruinas en Kiev.
«El 24 de febrero, cuando comenzaron los enfrentamientos, yo estaba conmocionado. Esperaba que fuera un día normal, iría a la escuela, haría la tarea y jugaría. Mi madre vino a mi habitación y me dijo que empaquetara algunos cosas. Luego empezamos a vivir en nuestro sótano. Daba mucho miedo. Era difícil pasar las noches», dice Ilya.
En su ruta para llegar a un lugar seguro, Ilya y su familia vieron edificios en llamas, tanques destruidos y cadáveres en el camino.
«No puedo evitar la sensación de que la guerra todavía nos rodea. Sueño que los rusos matan a mi familia o la toman como rehén. Me despierto con sudor frío», dice Ilya.
Su tía Valentyna Solokova, cuya familia fue evacuada junto con la de Ilya, dice que trataron de mantener a los niños distraídos jugando o mirando fotografías familiares. También se vieron obligados a tener conversaciones difíciles, especialmente cuando se estaban quedando sin alimentos.
«Yo le decía a los niños que el pan y el agua son lo más importante. Tenía que hacerles entender que vivían una vida antes, donde lo tenían todo, iban a la escuela y jugaban, y ahora tenían que aprender a vivir sin todo eso. Les dije que había llegado el momento de que crecieran», afirma.
Una generación de niños en Ucrania ya no vive una infancia normal en este momento. La ONU estima que alrededor de dos tercios de los 7,8 millones de niños del país han sido desplazados.
Con los intensos combates en el sur y el este del país, así como con los renovados bombardeos en Lviv y Kiev, ninguna parte de Ucrania parece segura ahora.
No está claro cuándo los niños de este país podrán volver a la vida que se interrumpió repentinamente.