El médico Efraín Olszewer, especialista en medicina interna y cardiología, se encuentra hoy en Nueva York, Estados Unidos, pero no está en una conferencia o dando clases sobre medicina ortomolecular; visita a su hija y sus nietos. Fue lo primero que hizo después de que ese país abriera sus fronteras tras más de 18 meses de restricciones por la pandemia del coronavirus. “Estaba desesperado por ver a mi hija, a mis nietos, por eso me di una escapada a Estados Unidos”, afirma.
Se sintió extraño al subir a un avión después de tanto tiempo, más porque, hasta antes de la peste, viajaba hasta 40 veces al año a diferentes países del mundo, llevando en su equipaje los estudios y evidencias científicas sobre la medicina ortomolecular, tema que investiga desde que tenía 27 años, hace más de cuatro décadas.
“La medicina ortomolecular no se separa de lo que se hace en la medicina convencional; utilizamos los medicamentos igual que otro médico, la única diferencia es que los hacemos en menor dosis”, explica.
“Cuando decidimos medicar, la gran parte de los medicamentos son investigados para tratar de utilizarlos en la menor cantidad posible y no provocar efectos colaterales. Por ejemplo, si un paciente tiene un cuadro depresivo, algo común en poscovid, el psiquiatra usaría medicamentos depresivos cada vez en dosis mayores. Nosotros intentaremos utilizar la materia prima que producirá el neurotransmisor relacionado con la felicidad y, al mismo tiempo, daremos dosis muy bajas de remedios, de modo que mejoramos los resultados y reducimos los efectos tóxicos de la enfermedad”, añade.
Con ese principio, Olszewer y los más de 30.000 médicos que formó en todo el mundo desafían a la industria farmacéutica, que comenzó a comprar las empresas de ortomolecular y sus productos, afirma el doctor.
En el mundo, a Efraín Olszewer se lo conoce como el brasileño introductor y desarrollador de la práctica ortomolecular en América Latina. En las clases y conferencias, lo presentan como el médico brasileño “líder de la medicina ortomolecular, creador de programas antienvejecimiento, de medicina deportiva y fisioterapia”, entre otros, pero Olszewer tiene nacionalidad boliviana porque creció y estudió en Cochabamba.
Tenía tres años y vivía en Israel, donde nació, cuando su padre, un sobreviviente del Holocausto, murió. Su madre, polaca de nacimiento, se volvió a casar con un hombre de religión judía que vivía en Cochabamba, hacia donde fue al salir de Israel, llevando de la mano a Efraín.
El niño inició su vida en esa ciudad a tres cuadras de la plaza 14 de Septiembre y estudió en el Colegio Desiderio Rocha. Ya joven, siguió la carrera de Medicina en la Universidad San Simón. “Cochabamba era para mí una ciudad de fantasía, la mejor cosa que existía porque no conocía otro lugar, pero ahora sigo pensando lo mismo. Pasé lo mejor de mi vida allá, fue la mejor oportunidad que tuve”, afirma.
No olvida las jornadas de fútbol con el Macabi. “El Macabi era una institución judaica donde nos juntábamos todos los fines de semana para practicar deporte y tener vida social. Yo vivía una situación económica no muy favorable, pero nunca me faltó nada”, cuenta.
A los 24 años, salió de Bolivia con el objetivo de estudiar en EEUU, pero hizo una parada en Brasil para concretar un trámite. Mientras esperaba se topó con un periódico estadounidense donde se hablaba de la medicina ortomolecular. El tema lo cautivó, comenzó a investigarlo y se quedó en Brasil. Finalmente, fue a EEUU, pero a investigar más. Regreso a Brasil y desde ahí comenzó a irradiar la medicina ortomolecular al mundo.
Efraín Olszewer dirige en Sao Paulo su clínica Senmo, que se encuentra en el barrio de Perdices, y la Fundación de Apoyo a la Pesquisa y Estudio en el Área de la Salud, que en un año más planea convertir en una facultad. También es presidente de la Sociedad Brasileña de Ortomolecular y dirige la revista Práctica Ortomolecular. Antes de la pandemia, planeaba instalar una fundación en Miami.
Esta es la conversación con el renombrado médico casado con una paceña, con la que tuvo tres hijos, los cuales le dieron ya cuatro nietos.
¿Cómo se siente viajar fuera de Brasil después de 18 meses?
Pasamos una situación bastante inusual con relación a la pandemia; tal vez algún día nos enteraremos de la verdad de su historia. En tanto, es difícil creer que un virus tan hostil y de fácil transmisión hubiese sido producido en un laboratorio sólo con fines investigativos, nadie haría por investigación un virus con características de una guerra biológica. Lo cierto es que las empresas y los gobiernos sacaron ventaja de la situación; la única que perdió fue la población más pobre, víctima de la enfermedad.
En estos meses de la pandemia, nosotros trabajamos normalmente, usando el barbijo y cuando apareció la vacuna nos inoculamos.
¿Cómo ve la medicina después del coronavirus?
No cambiará nada, la gente no aprende por las desgracias. Creo que lo aprendido es que la industria farmacéutica tiene armas muy fuertes y caras para resolver parcialmente el problema y que tenemos que acostumbrarnos a ese juego.
Sin embargo, quienes trabajamos sin tener una dependencia con la industria farmacéutica aprendimos que tenemos muchas vías para controlar la etapa viral e inflamatoria del virus y, de esa manera, reducir el número de muertos.
¿Atendió casos con la medicina ortomolecular?
Sí. Traté a varios pacientes incluso en Bolivia; a distancia; algunos alumnos míos acompañaron los casos y no tuvimos decesos. Vimos que pacientes con medidas austeras –sin internación, dependiendo de la fase en que estaban– salieron con éxito de la enfermedad. Eso dependió también de si no tenían una enfermedad de base, mala nutrición o el consumo de varios medicamentos. Yo atendí a 420 pacientes.
¿Cómo se trata la covid con la medicina ortomolecular?
Hay más de 50 trabajos que demuestran que, en los primeros días, la vitamina C en alta dosis inhibe la réplica del virus. Si agarrábamos al paciente después del quinto día, entrábamos con corticoides, anticoagulantes y vitamina C en baja dosis. En altas dosis, la vitamina C es prooxidante, inhibitoria de la réplica viral; en bajas dosis, es antioxidante y regula la respuesta inflamatoria.
¿Qué antecedentes se tiene de la medicina ortomolecular?
La palabra ortomolecular fue introducida en 1960 por Linus Pauling, dos veces Premio Nobel, una vez de Química y otra de la Paz. Pauling afirmaba que el cuerpo está formado por trillones de células que, a su vez, están formadas por moléculas. Consideraba que para mantener la salud se debe mantener el equilibrio de esas moléculas a través de hábitos alimentarios adecuados, actividad física, control del estrés, reducción de los factores de riesgo, como la obesidad. Con todas esas condiciones se puede controlar el 80 y 85% de las enfermedades; el 15% son males genéticos y no tenemos ninguna solución hasta hoy, a no ser algunas intervenciones de la biotecnología. No hay una especialidad en medicina en la que no se pueda utilizar de manera complementaria el concepto de lo ortomolecular. No considero que lo ortomolecular deba ser una especialidad médica, sino un capítulo adicional a cada especialidad.
¿Por qué?
En Brasil, Bolivia y otros países comenzaron a desenvolverse las farmacias de manipulación, que pasan por crear una medicación para cada paciente, dependiendo de sus características y de lo que precise; y eso, de laguna manera, afectó los resultados económicos de la industria farmacéutica. Claro que nos ven como un problema, pero terminaron comprando la mayor parte de las empresas de ortomolecular.
¿Cómo llegó a la medicina ortomolecular?
Fue un accidente. En 1983, saliendo de Bolivia, de Cochabamba, después de haberme graduado en Medicina. Mi plan era estudiar y vivir en Estados Unidos, pero por motivos de un tipo de visa y su trámite tuve que ir a Brasil, donde encontré información por primera vez. Todo lo que descubrí es y era definitivamente científico y lo convertí en libros. Hoy soy autor de 91 libros, publicamos una revista médica cada tres meses y tenemos una fundación que entrena a médicos y nutricionistas en medicina ortomolecular. La fundación que está en muchos países del mundo.
¿No lo acusaron de especular?
Es la primera vez que me hacen esa pregunta, normalmente me preguntas sobre el lado bueno. Fueron años muy sufridos. Las críticas no eran de frente, no había una discusión científica abierta; todo era por la espalda, buscando infringir para que la estructura no sobreviviera. Hasta ahora enfrentamos la negación porque la medicina ortomolecular también es un concepto unánime: lo que hoy es verdad mañana puede ser negativo.
Miro hacia atrás y vi cuán macho fui para enfrentar todo lo que enfrenté. Cuando se es joven y se tiene una idea, se dice: “Voy a vencer porque tengo la verdad”. Después, uno se da cuenta de que hay muchos intereses, que no basta tener la verdad, sino que se necesita el apoyo y el poder político, algo que nunca tuve; siempre luché con bases científicas.
Hoy, a partir de lo ortomolecular, se crearon otros conceptos, como la medicina de precisión, la medicina personalizada y la medicina transicional. No fue nada fácil porque gente de excelente nivel científico a la primera crítica salió corriendo. Perdí muchos amigos en el camino porque no supieron enfrentar la situación, al entorno científico; yo no, yo fui hasta el final.
¿Qué pasó con los pacientes?
Esa fue la mejor parte. Si no hubieran sido los pacientes, probablemente hubiéramos desistido. Fueron los que nos estimularon a avanzar e investigar. La gente esperaba algo más que un receptor de drogas. Y planteábamos, por ejemplo, que en caso de una artrosis, no se podía sólo medicar, sino también recomponer el cartílago.
Hoy en Brasil se calcula que más del 15% de la población hizo un tratamiento ortomolecular, estamos hablando de 30 a 40 millones de personas. Nuestro congreso es el mayor del mundo, con 3.000 miembros, el segundo es Canadá que tiene 400.
Sí, aunque recibo pacientes de todo el mundo; llego a atender a más de 100 por semana.
¿Forma profesionales?
Sí y en donde usted se pueda imaginar. Fui a unos 75 países del mundo a dar aula. Tenemos hasta como 1.300 alumnos cada año. En Bolivia entrenamos a un par de centenas de colegas. En Brasil formamos más de 25.000 médicos, entre ellos nutricionistas.
¿En Bolivia?
Bolivia es una situación especial para mí y, desde el inicio, hace 40 años, decidí abrir un espacio; es el país donde viví mi niñez y me formé. Tuve buena recepción. Hicimos y hacemos cursos de especialización con la Universidad René Moreno de Santa Cruz y otras de esa ciudad y de Cochabamba. La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija, Potosí y Oruro tienen especialistas. No sé cómo será en Beni y Pando.
¿Cuántas conferencias?
No estoy seguro, pero unas 20.000 en todo el mundo.
También escribió libros.
91 hasta ahora. Este año lanzaré Cuentos y crónicas de una vida, donde cuento lo que creo que pasó con la covid. Al año, lanzaré el Tratado de medicina ortomolecular, el trabajo ya estaba, pero lo actualizamos con investigación y el desenvolvimiento con Inteligencia Artificial.
¿Cómo ve el futuro de la medicina ortomolecular?
Me gustaría imaginar que continuará conmigo o sin mí; no me gusta pensar en un retroceso cuando yo decida parar. Si paro, será por la atención al paciente. Seguiré enseñando, tal vez eso acontezca en cinco años. Se necesita mucho coraje y conocimiento para asumir el liderazgo de esta tarea, sobre todo para enfrentar las críticas, y la única forma de vencerlas es con la ciencia. Si no tienes ciencia detrás de ti, no sobrevivirás 40 años en el mercado. La mentira puede engañar a uno, a dos, mas nunca a todos.
¿Qué proyectos tiene?
Hoy sólo es la manutención. Vivo una vida bastante apretada en términos de tiempo. Hoy estoy en EEUU, pero no dejo de atender pacientes por telemedicina, algo que odio porque no hay nada mejor que una consulta presencial. Vuelvo a Sao Paulo el 26 de noviembre y sé que hasta Navidad tengo servicio. En enero del siguiente año, viajaré a Bolivia por unos días. Mi fase de planes está más o menos definida, soy una persona realizada. Dicen que en la vida hay que plantar un árbol, escribir un libro y tener hijos. Ya hice todo eso.