El último gobierno de Perú duró poco más de 72 horas.
Y había sido el tercer gobierno en los poco más de seis meses desde que Pedro Castillo asumió la presidencia del país.
Castillo anunció este viernes en un mensaje a la nación una «recomposición» del gabinete que había nombrado el martes.
La breve vida de sus gabinetes, incluido el caso extremo del último de ellos, muestra la inestabilidad que ha caracterizado la presidencia de Castillo.
Desde que llegó al poder contra todo pronóstico, Castillo ha alternado ejecutivos de orientación diversa, lo que ha llevado a sus críticos a acusarle de conducir el país con un rumbo errático, y ha visto cómo varios de sus ministros tenían que renunciar en medio del escándalo y cuestionados en el Congreso.
La última crisis
La crisis que terminó con el último gobierno comenzó a gestarse a las pocas horas de su formación.
Castillo sorprendió al nombrar presidente del Consejo de Ministros o primer ministro a Héctor Valer, un congresista del que el público tenía pocas referencias y que había ganado su curul como candidato de una formación considerada de extrema derecha.
Poco después, diferentes medios de comunicación locales comenzaron a destapar escándalos relacionados con el pasado de Valer. El mayor revuelo en su contra lo provocó la información del diario El Comercio que destapó que un juez le impuso medidas cautelares por una denuncia de su hija, que lo acusó de agredirlas a ella y a la difunta esposa del político.
Valer negó los hechos, pero desde uno y otro lado del frente político llegaron los mensajes de rechazo a que una figura con ese expediente ocupara un cargo tan importante y organizaciones feministas convocaron manifestaciones de protesta.
Otras informaciones acusaron a Valer de tener vínculos con un empresario perseguido por narcotráfico, tratar de robar una prueba psicotécnica para acceder a un cargo que no había logrado superar e incluso de no pagar el alquiler.
Este viernes, pocas horas antes del anuncio de Castillo, algunos de sus propios ministros se sumaron a las voces que demandaban que Valer fuera apartado.
Para entonces todas las bancadas del Congreso habían anunciado que no darían la preceptiva confianza parlamentaria a un gabinete encabezado por el nuevo primer ministro.
Valer había sucedido en el cargo a Mirtha Vásquez, que dimitió el pasado lunes, solo unos días después de que lo hiciera el ministro del Interior, Avelino Guillén.
Ambos denunciaron la existencia de corrupción a altos niveles del Estado y dijeron que Castillo no actuaba con la firmeza debida.
Problemas desde el principio
Castillo fue elegido presidente contra todo pronóstico.
En un escenario de máxima fragmentación y con porcentajes mínimos de apoyo para todos los candidatos, fue el más votado en la primera vuelta de las elecciones de 2021.
Muchos medios no encontraron fotos suyas para ilustrar las informaciones sobre el candidato más votado.
En la segunda vuelta derrotó a la candidata Keiko Fujimori y se convirtió de esta manera en el primer campesino presidente de Perú.
Para Ramiro Escobar, profesor de Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya de Lima: «Castillo ganó porque hay un antifujimorismo muy fuerte, pero llegó al gobierno sin un norte ni una visión clara de lo que quiere hacer con el país».
Castillo fue candidato del partido radical de izquierda Perú Libre, cuyo presidente no podía presentarse al haber sido inhabilitado por corrupción, pero nunca terminó de identificarse totalmente con el ideario de un partido con el que ganó la presidencia pero en el que nunca militó.
Las elecciones dejaron además un Congreso muy fragmentado, con una heterogénea variedad de partidos, lo que obliga a Castillo a forjar difíciles alianzas para alcanzar un mínimo de estabilidad, pero hasta ahora no ha logrado ese objetivo.
Primer gobierno fallido
Castillo colocó al frente de su primer gobierno a Guido Bellido, hombre muy cercano a Vladimir Cerrón, presidente de Perú Libre y declarado admirador de la Cuba castrista, lo que se interpretó como una apuesta por las reformas radicales y una nueva Constitución que este tiene como banderas.
Pero Bellido acabó dimitiendo en medio de varios escándalos que salpicaban su imagen, como la investigación por su supuesta pertenencia a la trama de corrupción conocida como «Los dinámicos del centro», o la que sigue contra él la Fiscalía por un presunto delito de apología del terrorismo por sus comentarios sobre la figura de una histórica militante de la organización Sendero Luminoso.
Hernán Chaparro, psicólogo social de la Universidad de Lima, le dijo a BBC Mundo que sus meses de alineamiento con Perú Libre y «su insistencia en un proyecto de reforma constitucional que no es una prioridad para los peruanos le acabaron pasando factura».
El giro reformista también acabó mal
Castillo se decantó entonces por la abogada y activista Mirtha Vásquez como jefa del gobierno en octubre del año pasado.
Su designación, como el nombramiento de Pedro Francke como ministro de Economía, se interpretó como un giro hacia la moderación y un intento de transmitir un mensaje de estabilidad institucional al país y a los inversores internacionales.
Según Ramiro Escobar, «en los meses de Vásquez hubo una gestión aceptable pese a que también hubo turbulencias».
Pero esa tregua duró poco y terminó con la renuncia del ministro del Interior Guillén el pasado 28 de enero por sus desavenencias con el jefe de la Policía.
El abrupto final de la gestión de Vásquez supuso además el alejamiento de algunas de las fuerzas de izquierda moderada que hasta ahora habían apoyado a Castillo como única posibilidad frente a la «derecha golpìsta» con la que identifican al fujimorismo y otras fuerzas, lo que hace aún más difícil la posición actual del presidente.
Castillo defendió en una entrevista con CNN sus giros y aparentes cambios de criterio con el argumento de que como presidente ha estado en un proceso de «aprendizaje», pero a los que hasta ahora habían sido sus aliados parece habérseles agotado la paciencia.
Chaparro asegura que «la cadena de errores de Castillo lo ha dejado tan aislado políticamente que se ha generado una situación insostenible».
No es un problema nuevo
Sin embargo, la inestabilidad en la política peruana no empezó con Castillo.
La prueba está en que es el quinto presidente de Perú en cuatro años.
Hernán Chaparro señala que «nunca hay consenso entre el Ejecutivo y el Legislativo, y eso genera una crisis de gobernabilidad tras otra».
Pero para el analista, el problema de fondo estriba en que «los partidos se han convertido en máquinas electorales que manejan intereses personales y esto ha provocado una gran distancia ciudadana».
Este sábado, sin ir más lejos, se han convocado manifestaciones de protesta contra el gobierno, aunque se da la paradoja de que ese gobierno ya es historia, y las encuestas muestran que los peruanos creen que en su país la corrupción es uno de los principales problemas.
Qué pasará ahora
El pulso entre Castillo y el Congreso se mantiene.
En el mensaje en que anunció su nuevo cambio de gobierno, el presidente ni siquiera mencionó los escándalos de Valer y atribuyó al Congreso haber provocado la última crisis institucional.
La pregunta ahora es quiénes formarán su próximo gobierno y cómo convencerá al Congreso de que les dé el visto bueno.
Castillo anunció que abrirá ese gobierno a todas las fuerzas políticas, pero a estas alturas hay serias dudas de que logre recabar los apoyos necesarios.
Y sobre él, como sobre todos los mandatarios peruanos de los últimos años, pende la amenaza de la vacancia, un proceso por el que los congresistas pueden terminar prematuramente el mandato del presidente.
Escobar, sin embargo, matiza: «no se sabe si el sustituto de Valer va a tener los votos para la confianza, pero eso no significa que una vacancia contra Castillo los fuera a tener».
«No olvidemos que la vacancia implica nuevas elecciones y el riesgo para los congresistas de perder sus curules», acota.
Aunque el experto indica que Castillo puede enfrentarse a un fiscal más severo que el Congreso. «La calle ahora lo marca muy de cerca».
Y en la memoria colectiva permanece el recuerdo de las protestas que en noviembre de 2020 obligaron a dimitir a Manuel Merino solo cinco días después de haber jurado el cargo.
Sea como sea, solo hay una cosa que los peruanos pueden dar por segura: «Mucha inestabilidad».